lunes, 3 de noviembre de 2008

Julio Lescarboura. El gran Maestro SAR

Pocas veces en la vida se tiene la oportunidad de haber trabajado junto a una leyenda.
Julio Lescarboura en el ambiente del SAR en Venezuela, era sólo comparable a los personajes de novelas de aventura, de la talla de un Otto Lidenbrock o un profesor Challenger. ¿Quién era capaz de decirles que es imposible viajar al centro de la Tierra, o que no existe “El Mundo Perdido” ?. Cuando a Julio se le ocurría una idea que parecía descabellada, y unas cuantas lo eran… ¿Quién era capaz de decirle “no” a Julio? . Antes de que te dieras cuenta, ya te encontrabas volando con mal tiempo a bordo de un helicóptero rumbo a lo desconocido. A diferencia de Lidenbrock o Challenger, nacidos de la ficción, no era precisamente la fama y la gloria personal lo que movía a Julio Lescarboura, que además fue un personaje real. La gran misión que él siguió durante toda su existencia, fue la de ser útil para salvar vidas en peligro.

Cuando la ayuda viene del cielo.

Casi todas las historias empezaron con él llegando a un aeropuerto, vestido con sus jeans desgastados, una franela arrugada y su chaqueta militar. Alto, encorvado, de cabello blanco y mirada de oso cansado. Cargando con su maletín de piloto, lleno de cartas de navegación aérea, una gruesa libreta de teléfonos, brújulas, kits de supervivencia y auxilio médico, cuadernos de apuntes de otras emergencias y la 9 mm. Tomaba el control de cualquier puesto de mando en una emergencia sin necesidad de galones o jerarquías políticas. Líder nato, carismático y justiciero, su única credencial fue haber participado en operaciones de búsqueda y rescate desde los años 60. No necesitaba levantar la voz para poner orden, pero si tenía que hacerlo, era mejor agarrarse de algo porque entonces la tierra temblaba debajo de sus pies. Julio Lescarboura fue de los fundadores del Grupo de Rescate Venezuela cuyo lema es precisamente: “Para que otros vivan”.

Aprendí junto a él de manera dramática una gran lección. Cuando hay vidas humanas de por medio, jamás se puede subestimar la estupidez de un político inútil o la de un militar inepto, homicidas culposos de empeorar tragedias y que rara vez pagarán por sus torpezas. En esos escenarios Julio era un gran conciliador y como buen líder, sabía proteger a su equipo por encima de todo. Cuando se estaba en una zona de desastre era muy tranquilizador escucharle su voz por radio. Sentías su mano protectora en todo momento. Si el personal de rescate corría peligro o quedaba atrapado, Julio Lescarboura los buscaba en helicóptero para evacuarlos o lanzarles raciones de emergencia.

Durante una de esas largas búsquedas de una avioneta desaparecida, un 24 de diciembre por la noche agarró al GRV en plena selva. "¿Cuándo regresaremos?" le preguntó un compañero a Julio. "Cuando los enconteguemos..". La respuesta fue muy propia de él, con su acento plagado de erres afrancesadas y sus ojos clavados en el mapa buscando respuestas, trazando rutas, revisando sus apuntes. Si era cuestión de vida o muerte, le importaba un cuerno levantar de la cama a quien fuera necesario para mover una aeronave, incluyendo generales y ministros. Por eso decían que con una radio o un teléfono en la mano, Julio Lescarboura era capaz de cualquier cosa.

En muchas ocasiones las búsquedas se suspendían y las autoridades mandaban a todos para su casa. Pero él seguía, a veces sólo o con sus más fieles compañeros, con la misma obsesión del Capitán Ahab detrás de la ballena blanca. Gracias a esa misma terquedad, fue que en una de sus últimas operaciones, salvó un excursionista que llevaba extraviado más de cincuenta días en la cordillera andina, aún cuando ya otros le habían dado carpetazo al caso.

Mi última operación fue por cierto un diciembre durante el deslave en Vargas, donde buena parte la compartí con él. Días horrendos donde nos sentíamos desbordados ante las masas de damnificados presas del pánico. Fue el mejor aliado para evacuar a cientos de personas, con su sonrisa que te inspira confianza absoluta, su fortaleza y sus chistes que de tan malos, igual te hacían reír. Cuando nos tocó ser relevados llegó un Superpuma para sacarnos, pero él se negó a irse con nosotros. “¿Quién le dice “no” a Julio?”. Mientras nos elevábamos, alcancé a ver sus cabellos blancos alborotados por el aire levantado por el rotor de nuestro helicóptero. Con una mano dirigía al personal y con la otra hablaba por radio. Esa fue la última imagen que me guardé de él, Julio Lescarboura poniendo orden en medio del caos, la muerte, la angustia y el dolor. “El Capitán Ahab atado a Moby Dick”.

Lo mejor que se puede decir sobre Julio Lescarboura Sola, es que durante más de 40 años, muchas vidas se han salvado gracias a él.

Si de verdad existen los Arcángeles, en este momento Julio les estará reorganizando la capacidad operativa… “Para que otros vivan”.